Este fin de semana mi cacho-carne y su novia han dado un gran paso para el futuro de la humanidad, o cuando menos para el suyo inmediato: tras meses de agobio, de recorrer instituciones y Ministerios, de llamar a Embajadas, familiares, amigos y familiares de amigos, por fin han enviado por correo postal a la Embajada de Canadá en París todos los papeles para que mi cacho-carne pueda emigrar a Canadá como common-law partner de su novia. Ahí es nada.
Este plan empezó a gestarse cuando mi cacho-carne intentó que le admitiesen en alguna universidad canadiense para realizar un Master del Universo y le dijeron que flores, por más interesante que fuese su proyecto y su persona (que lo son, os lo digo yo y puede que un libro que saldrá en enero). El caso es que la beca de su novia en España como profesora de inglés se acababa, la situación económica en España y Europa no pintaba un futuro sencillo y algo había que buscar para que esta preciosa historia de amor siguiese adelante; así que tras mucho pensar acabaron decidiéndose por informar al Gobierno canadiense de que su relación va muy en serio y que tocaba buscarse el pan en Toronto. El plan era bueno, pero más complicado de lo que parecía.
En la foto podéis ver el contenido del sobre que acabamos de mandar. Ahí están los formularios oficiales, los certificados de antecedentes penales de España y Holanda (que costó un huevo conseguir… alguna consecuencia kármica tenía que tener la buena vida del Erasmus), el contrato de alquiler del piso en Madrid, el certificado de la cuenta conjunta en el banco (10 euros cobran en La Caixa, qué chorizos), correos electrónicos que demuestran que nos hemos estado hablando todo este tiempo (una selección de nuestras mejores obras literarias), fotos que demuestran que hemos estado aquí y allá con nuestros amigos y familia, fotocopias de pasaportes, un certificado médico, billetes de avión para que se vea que siempre volamos en el mismo avión, contratos de trabajo y declaraciones de impuestos, el recibo del banco de haber pagado las tasas correspondientes (1040 dólares canadienses, nada menos), emotivas cartas de amigos que certifican nuestra relación y traducciones juradas de todo lo que no está originalmente en inglés. Una ingente cantidad de papel que servirá para que alguien decida sobre lo real de nuestra relación y nos de la visa para mi cacho-carne.
En respuesta a familia y amigos, retomando la función informativa de este blog… ¿qué toca ahora? Pues mi cacho-carne y yo nos vamos a Toronto el 5 de enero, como turistas y con un billete de vuelta para abril (es necesario tener billete de vuelta para el visado de turista, aunque no sabemos si habrá que usarlo). No os preocupéis por nosotros, que le vamos a mandar a su novia la receta del roscón de Reyes para que no nos falte de nada. Una vez allí y cuando nos acabemos el roscón tenemos seis meses de visado de turista para disfrutar de la vida y unas vacaciones forzosas hasta el día en que llegue el visado, un simple papelito que dará a mi cacho carne permiso de residencia, de trabajo y toda la felicidad del mundo por no tener que preocuparse de dónde vamos a vivir los tres (y varios peluches) el año siguiente.
Pero eso no es lo mejor: al ser un proceso de sponsorship, que significa que su novia «patrocina» a mi cacho-carne, en el momento en que inmigración dé su visto bueno la pobre chica estará, por ley, obligada a mantener al mangurrián de mi cacho-carne, así que si no encuentra trabajo en Toronto (que ya sería raro en alguien que no ha pasado por el paro viviendo en España en los últimos años) ella tiene que cuidar de él. Yo de trabajar en inmigración lo tendría claro: si firmar algo así con un español y un calcetín no es amor del bueno que venga Dios y lo vea.
Ahora en serio, lo mejor es que por fin hemos terminado con este trámite que nos ha robado la alegría durante muchos meses. Hemos tenido que pelearnos con tres Gobiernos diferentes, un banco, dos traductores, varios empleadores, dos embajadas, un sin fín de ordenadores e impresoras, tres guías incomprensibles y no poca mala suerte para sacar adelante la solicitud. Lo hemos conseguido, pero hemos vivido lo peor de la burocracia y nos hemos sentido una y mil veces como el corto que os dejo aquí abajo, una obra maestra del análisis socioantropológico de la humanidad que no se aplica sólo a España.
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