Desde que empecé a vivir por mi cuenta, y en muchas cosas desde antes, he demostrado constantemente mi capacidad para encargarme de “las cosas de casa”. Cocino siempre que tengo tiempo suficiente, suelo mantener la casa limpia y ordenada e incluso he conseguido hacer más de una chapuza bien sea para facilitarme la vida o para ahorrarme algún disgusto con el casero.
Pero tengo que reconocer que hay algo que me supera, y que tiene que ver con mi ropa. Tranquilos que hago la colada regularmente e incluso me encargo de hacer arreglillos (ayer mismo me zurcí sendos tomates en un par de calcetines), pero es que…. odio planchar.
Sinceramente me maravillo ante la capacidad de mis padres de planchar una camisa mientras ven una serie o una peli en la tele. Para mí es el equivalente al cuarto Dan de un judoca. ¿Cómo puedes concentrarte en colocar la camisa en la tabla y pasar la plancha de forma que no dejes una marcadísima arruga transversal mientras te enteras del complejo argumento de una película? (Y no me refiero a El Abuelo, que conozco a un hombre que se sacó la carrera de ingeniero aeronáutico mientras la ponían).
Cuando era muy pequeño, tanto que los servicios sociales podían haberme buscado un hogar donde no me esclavizasen de aquella manera, mis padres me enseñaron a planchar las servilletas y pañuelos de casa. Y todavía hoy sería capaz de planchar a la perfección aquellos millares de piezas de tela (mi hermano, que gusta mucho de sus pañuelos), pero es porque se tarda poco y son perfectamente bidimensionales, no hay que romperse la cabeza en el proceso de planchado y doblado.
De hecho, aquellos duros años han dado sus frutos e incluso me siento cómodo planchando pantalones, por ejemplo. O camisetas (aquí el problema es que no veo que les haga ninguna falta estar planchadas, pero ese es otro tema). El verdadero odio se lo tengo a planchar camisas, que es precisamente la única prenda en la que sí veo imprescindible el planchado, lo que me condena a una vida entera de sufrimiento hasta que sea millonario y pueda permitirme el lujo no de pagar a alguien para que planche mi ropa, sino de ir a todas partes como me salga del calcetín.
En cualquier caso, considero que la plancha es una tarea a extinguir. Sólo tenemos que invertir grandes sumas de dinero en I+D+i para desarrollar tejidos y lavadoras que nos permitan tener nuestras camisas sin arrugas sin tener que sufrir de esta manera, pasando calor y arriesgándonos no sólo a quemar nuestra ropa sino a quemarnos nosotros mismos. Será un día feliz para todos, y en especial para Ferrán Adriá que podrá reinventar la plancha para hacer sándwiches de jamón y queso.
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