Uno de los grandes cambios para este curso es que me he mudado. No a otro país, como venía siendo costumbre, sino dentro de Madrid. Es decir, lo que viene siendo mudarse en serio. Ya no me va a valer la excusa de “no, es que me he ido de Erasmus” o la de “es que me fui dos semanas a Canadá y se me hizo tarde, pero ya he vuelto”. No, pequeñuelos, esta vez me mudo de casa de papá y mamá (padre y madre biológicos de mi cacho-carne, respectivamente) para vivir con mi cacho-carne y su novia y volver a casa de papá y mamá sólo para robar comida, y puede que a intentar que nos planchen las camisas.
La verdad es que la idea te llena de ilusión. Pasar a ser independiente, tener su casa con sus horarios, sus cosas y tomar sus propias decisiones, junto con el hecho básico de vivir con su novia, son esperanzas que han hecho que mi cacho-carne se sobreponga a tener que cocinar, lavar, limpiar y demás; pero sobre todo ha sido el tener esas metas lo que nos ha ayudado a encarar todo el papeleo y los muchos marrones, porque resulta que la independencia tiene un coste muy caro en lo relativo a tu salud personal. Bueno, y en lo relativo al tema económico prefiero no pensarlo.
Para empezar, hay que encontrar un sitio donde vivir. Esto requiere sentarse delante de un mapa de la ciudad, con un mapa del Metro (¿Autobús? ¿Y eso qué es?), marcar los puntos de interés (a saber: el trabajo de uno, el trabajo del otro, las zonas de salir, el famoso Km. 0 y los hogares de la familia y los amigos), marcarse el presupuesto disponible, decidir las prioridades (situación, comunicación, que tenga horno) y empezar a buscar en las páginas de Internet a tal efecto (segundamano.com, idealista.com, enalquiler.com, fotocasa.com, craiglist.org y mil millones más).
Pero el problema es que en esta búsqueda uno se lleva no pocas desilusiones. La primera es asumir que un piso en Madrid, dentro del perímetro de la M-30, es caro de narices. A partir de ahí casi cualquier cosa, desde tener que recular en el último momento porque las matemáticas mandan y no da el presupuesto hasta que un casero te llame tres horas antes de firmar el contrato para decirte que te has quedado sin piso. Y entre todos los pequeños problemas que hacen que alquilar un piso sea más complicado que sacarte la carrera superior de ingeniero aeronáutico hay dos que no son tan pequeños.
En primer lugar, la raza del Caserus Hispanicus es de naturaleza “no me fío ni de mi mano izquierda”, por lo que para alquilarte un piso enano por 600 euros al mes te pide dos meses de fianza y un aval bancario de seis meses. Vamos, que parece que estás poniendo la entrada de un piso, y por eso aprovecho este espacio para pedirle a los caseros del mundo que, si los inquilinos nos tenemos que fiar de que los caseros nos van a devolver la fianza y no nos van a poner problemas, ellos den un poco de cuartelillo a la gente joven que intenta salir de casa de sus padres.
El segundo gran problema es el de siempre: la burocracia. A poco que el casero haga las cosas por lo legal, pero sobre todo si el contrato se hace a través de un organismo tipo la Oficina de Alquiler o si quieres pedir una ayuda como la Renta de Emancipación (dos cosas muy recomendables), antes o después vas a tener que dejarte el sueldo de un mes en fotocopias. Del DNI, del contrato de trabajo, del contrato de alquiler, de las tres últimas nóminas, de la vida laboral, de la declaración de la renta si la hiciste el año pasado… Además, esto se complica cuando coges el teléfono preguntar por tu situación particular “no, si yo lo tengo todo, pero mira, mi novia es Canadiense y no tiene esos papeles, pero tiene una beca de un año prorrogable por un segundo, pero aún no tiene la tarjeta de residente, pero la tiene pedida… entonces, ¿qué tengo que fotocopiar?”.
A cambio de todo esto, es cierto que también tienes pequeños momentos en los que pasártelo bien. Y no hace falta que seas alguien de los que se ríe por no llorar al ver lo enano que es el apartamento que te ofrecen, que no está en “Lavapiés, barrio castizo y con solera” sino en “Lavapiés, ciudad sin ley” o que el término “altura reducida” significa que Willow llega a todos los estantes sin ponerse de puntillas. Estoy hablando de una situación en la que no te queda otra que aguantar la risa hasta que el casero no pueda oírte.
Y es que un día fuimos a ver un piso por el barrio de las letras (zona guay), que aunque era un poco caro nos encantó según entramos: estaba todo muy nuevo, el salón era grandecillo, había aire acondicionado, la cocina estaba montada como un auténtico bar con su barra, sus taburetes, su horno y su mampara de cristal…. Todo estupendo hasta que llegamos a la habitación presuntamente conocida como dormitorio, en donde el casero había dado rienda suelta a su imaginación creando el primer prototipo de un mueble definitivo: la cama-ducha. En esta habitación totalmente vanguardista (“Loco, me llamaban cuando introduje el chóped con aceitunas en el barrio”) una persona tumbada en la cama puede meter el pie en la ducha (o la cabeza, según para que lado se tumbe) sin tener que dejar de estar tumbado en la cama. Además, para culminar esta obra maestra de la arquitectura, en el espacio que queda entre la ducha, la cama y el armario estaba el lavabo. Y qué decir váter, provisto de una puerta perfectamente translúcida de forma que se ve a quien esté dentro haciendo sus cosas.
Por si no sois capaces de entenderlo, imaginaos que llegáis un día a casa después de currar, vais a vuestro cuarto a dejar las cosas y os encontráis a vuestra pareja haciendo de vientre tras una puerta translúcida y a su padre, que se ha quedado a dormir en casa, en pelotas saliendo de la ducha. Sinceramente, tras ver este piso pasé una tarde tan buena (nos fuimos de tapas a reírnos de las posibles escenas en ese cuarto) que creo que voy a buscar si sigue en alquiler para ir a verlo otra vez.
En cualquier caso, es en estos momentos de agobio y stress provocado por la necesidad de encontrar tu propio hogar cuando te das cuenta de lo importante que es tener a la familia al lado apoyándote, soportando estoicamente que tengas un humor de perros, dejándote dinero para que no tengas que andar contando cada centimillo, yendo contigo a comprar cosas para la casa o cuando firmas papeles del contrato, llevándote a casa en coche para que no tengas que cargar con todo en el Metro, dándote comida (cosa que espero no cambie mucho, que las croquetas de mamá y de la abuela son mucho) y donándote sin dudarlo cosas para tu nuevo piso; con mención especial a la tía de mi cacho-carne que nos dejó un piso en Galapagar para tener dónde vivir durante toda esta búsqueda. Se agradece.
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