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Polonia en más concreto
2-ZAKOPANE
Gracias a que en la vida Erasmus conoces a gente de todas partes, una amiga polaca nos recomendó que nos pasásemos por Zakopane si no queríamos estar todos los días metidos en Cracovia. Y fue un gran consejo, la verdad, simplemente por los paisajes que tiene el pueblo, metido en las montañas que hacen frontera con Eslovenia (no papá, esta vez es por un cartel que había en la montaña).
La verdad es que Zakopane en sí no tiene mucho que contar. Es un pueblo dedicado a los deportes de invierno, y por tanto totalmente dedicado al turismo.Tiene una calle principal bonita (insisto, bonita tipo estación de esquí: maderas, tejados en punta y nieve por encima de la rodilla), unos bares/cafeterías muy chulos y, lo que más llamó la atención del grupo, un Telepizza. En el aspecto “probemos algo típico” merece la pena el vino caliente, que es lo que su propio nombre indica pero con muchas especias que lo hacen una bebida la mar de rica y reconfortante; y un queso que tiene todo el aspecto de ser pan, por lo que no he llegado a probarlo engañado por los ojos.
Supongo que si te mola esquiar y demás, este es uno de los sitios donde ir. Aparte de los paisajes preciosos, por lo que me han dicho está muy bien en cuanto a precios, y por lo que he visto está perfectamente en cuanto a nieve. Hubo incluso quien se alquiló unas motos de nieve y se estuvo dando un paseo matinal. Yo me conformé con hacer un poco de culoplás de toda la vida con unos extraños cacharros de plástico que están específicamente diseñados para ello, lo que no evita que acabes lleno de nieve hasta las cejas pero te asegura unos veinte minutos (lo que tardas en empezar a preguntarte cuáles son los primeros síntomas de congelación) de excitante descenso por la ladera y risas, muchas risas.
Si vas con poca gente (dos o tres) puedes dormir en casa de algún paisano simpático por unos pocos zlotys, aunque lo primero que hacen es preguntarte tu nacionalidad, esconderse para deliberar consigo mismos y luego decidir sobre si eres apto o no. Si no, en cualquiera de los hostales/hoteles encontrarás sitio por un precio muy agradable, como pasa también en Cracovia.
Nosotros tuvimos la mala suerte de coger el hostal un poco lejos del centro del pueblo, pero la inmensa suerte de que fuese una casita muy cuca metida dentro del bosque nevado. De hecho, cuando el autobús nos llevó, nos dejó en mitad de la nada y nos dijo (en gestos y un poco de alemán) “ladera arriba y a la izquierda al final de la valla esa” no nos lo creímos. Como el tipo estaba muy convencido y ya había sacado las maletas y arrancado el motor decidimos probar a ver antes de quedarnos del todo con cara de memos ante semejante vacile, y resultó que no nos engañaba y allí estaba nuestra casita.
Eso sí, entre que los recepcionistas eran argentinos, que todo es superbarato, que nos dieron un desayuno tan enorme como para ir corriendo hasta Cracovia en camiseta y descalzo y que estábamos perdidos en mitad de la montaña, lo pasamos bien. Bueno, también ayudó que en Zakopane puedes llamar a un taxista y decirle que no quieres que te lleve a ningún lado, simplemente que te suba unas cajas de cerveza y alguna que otra botella de vodka, pero eso fue cosa de los argentinos. Quienes, por cierto, también dieron una clase magistral muy recomendable sobre por qué tomarse un “jugo fuerte” tras un chupito de vodka para recuperar la garganta y el esófago.
3-LA TERMINAL “A” DEL AEROPUERTO DE KATOWICE
Bueno, pues poco queda que contar del viaje a Polonia. En realidad no quedaría que decir más que algo del tipo: nos subimos al avión y volvimos a casa, y es curioso que ya todos pensamos en La Haya como “casa”. Pero no, quedan horas y horas en el aeropuerto que contar. Nos plantamos en el aeropuerto media hora antes de que abriesen el check-in, por aquello de que mejor que nos sobre tiempo que perder el avión, con lo que teníamos por delante dos horas de espera muertos del asco en la pequeña terminal, con sólo dos tiendecillas de Duty Free (que no es tal para europeos en Europa…) y una cafetería con poca cosa.
Pero gracias a Wizzair estuvimos allí cinco horas de más (lo que hacen un total de SIETE horas ENCERRADOS en la terminal “A” del aeropuerto….), y en todo ese rato no teníamos a nadie que nos diese algún bocatilla, algo de beber, que nos contasen cuándo cuernos saldría nuestro avión o que, cuando menos, estuviese allí aguantando nuestros improperios y gritos… gritos de esos violentos en los que al oyente siempre le cae algún salivajillo de regalo.
Lo bueno es que en esa terminal del aeropuerto de Katowice tienen unos posters con los “derechos del viajero que va en avión”, y pudimos empaparnos bien de todos nuestros derechos que estaban siendo violados por la compañía en cuestión. Así que ya hemos empezado con lo de intentar quejarnos un poco, que cinco horas de nuestras vidas son muchas. La parte más graciosa es que las azafatas de Wizzair no tienen ni pajolera idea de qué son esos derechos ni de si tienen esos folletos que les estás contando que están obligados a llevar.
CONCLUSIÓN
Pues en realidad la conclusión es la de siempre en estos viajes: merece la pena ir y conocerlo. Eso sí, tengo la impresión de que vale mucho más ver Polonia con toda la nieve con la que yo he tenido la suerte de pillarla que en seco, cuando Cracovia no pasaría de ser “otra ciudad bonita que visitar”. El frío, pese a dar por saco todo lo que ha dado, ayuda a entender el carácter de los Polacos, lo que tiene que sufrir la gente de a pie y lo que significa pasar frío de verdad pero tener dinero para sentirte poderoso y buscar cómo calentarte.
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