Al poco tiempo de llegar a La Haya saqué un artículo sobre el pisito de soltero que la Haagse Hogeschool (la universidad de aquí) me había buscado. Ahora que ya han pasado un par de meses el pisito de soltero empieza a parecer un hogar, gracias a un poco de mano de obra y sobre todo al bendito «Blue-Tag» que tuve que pedir a España.
Lo primero que hay que saber a la hora de decorar y hacer más habitable una casa en Holanda es que los holandeses no “tiran” los muebles, simplemente los dejan al lado de los cubos de basura. Esto hace que puedas encontrarte un escaparate de IKEA montado en la puerta de tu casa, como nos ha pasado a nosotros más de una vez, y así puedes completar tu casa de la forma más barata con cosas tan esenciales como un congelador, un sofá, un revistero, una diana de dardos, una bandera o una papelera para el baño. Personalmente me habría gustado encontrar un microondas, pero nunca llueven electrodomésticos al gusto de todos.
Esta costumbre, que al principio choca un poco, luego se convierte en una fiesta a la que invitar a tus amigos. Puede que un día llegues a casa a las dos de la mañana pasando por el escaparate y en vez de irte a la cama llames a la puerta de tu vecino y digas “¿lo que hay abajo es un congelador? Vente a ver qué tal está”. O puede que haya un sofá estupendo pero, pese a tus genitales altamente españoles, no puedas cargar con él hasta el tercer piso tú sólo y llames a alguien para que te ayude. O incluso puede que alguien diga “anda, una tienda de campaña. Siempre viene bien, es que la gente tira las cosas a lo loco”. Y claro, uno no puede coger una tienda de campaña de la basura y llevársela a casa sin más, primero hay que comprobar que está bien. Y si para eso hace falta montar una tienda de campaña en una calle de La Haya a media noche, se hace.
Pero una casa no son sólo muebles y comodidades. Una casa no es una casa si no está convenientemente decorada al gusto de sus honrosos y honrados (coger de la basura no es robar) habitantes. Como los holandeses piensan en todo, en la propia universidad de vez en cuando se monta un puesto que vende posters de todo tipo, desde la mayor chuminada hasta el cartel de tu película favorita pasando, claro está y no podía faltar, por carteles de marcado carácter pornográfico.
Dado lo que te has ahorrado en el congelador, el sofá y el revistero te puedes permitir comprarte un par de pósters, aunque dependiendo de la habitación/casa que tengas el número de pósters necesarios será diferente. En cualquier caso, es más que entretenido pasar todos y pensar que te comprarías más de la mitad porque molan todos, y al final tomar la difícil decisión de comprarte sólo dos. Bueno, en mi caso no fue tan difícil.
En primer lugar, en cuanto vi los carteles de las películas de Tarantino tuve claro que alguno de ellos, o de sus graciosas versiones icónicas, se vendría a casa. Incluso me plantee uno en el que salía el propio Tarantino jugueteando alegremente con una pistola cerca de su cabeza, pero al final me decidí por un clásico para los tipos duros: un fotograma de Pulp Fiction en B/N.
Con el cartel de Pulp Fiction en la mano empecé a buscar el segundo. Había mucho donde elegir, y estuve a punto de llevarme un Jack Sparrow bien grande, el cartel de Trainspotting con el texto graciosamente modificado o uno de los que podríamos definir como “cartel-chiste”. Pero entonces apareció mi ángel de la guarda, en forma de cartel con su propia foto. Veréis: todos tenemos un referente en esta vida, alguien a quien admiramos sobre todas las cosas, alguien a quien queremos parecernos cuando seamos calcetines mayores. Así que cuando vi este póster no me cupo ninguna duda de que era el que estaba buscando, no ese día sino durante toda mi vida.
Ahora es cuando entra en juego el Blue-Tag. Para ser exactos en el momento en que comprobamos una y otra vez que los “glue-dots” que habíamos comprado en el mismo sitio que los carteles tienen la extraña cualidad de ser absolutamente inútiles para sujetar nada, pero la herramienta perfecta para destrozar el empapelado de la pared. Así que aprovechando que grandes personas venían de España les pedí que trajesen «Blue-Tag» del de toda la vida (desde que lo inventaron, que cuando yo era peque eso no existía y tirábamos de chinchetas). Y con el «Blue-Tag» todopoderoso me invadió la fobia a las paredes vacías, y ahora tengo postales, posavasos y otros elementos por las paredes, el armario y la puerta del baño. Y lo mejor es la cantidad de sitio libre que aún queda, jejeje.
Por lo demás, también hice una pequeña inversión tan decorativa como práctica. En primer lugar una almohada antes de que mi cuello terminase de quebrarse, y ya puestos y costando sólo un euro más compré la más molona de la historia. En segundo lugar, cansado de limpiar la mesa de estudiar/comer y demás porque es la única mesa de la casa, y cansado de tener que lavar cada dos días el paño de cocina que usaba de mantel, compré unos mantelillos de plástico individuales con la misma filosofía: a igualdad de precio el más molón. En tercer lugar, hay algunos elementos que la universidad está encantada de donar a la causa decorativa.
Y en cuarto lugar, gracias a que si eres lo suficientemente ruín puedes vender lo que hayas encontrado en la IKEA basuril a los amigos, esta semana tengo el dinero de comprar el microondas, al que como no cabe en la zona destinada a cocina ya le he hecho un huequito en la librería.
Edito: ya es miércoles y no aguantaba más.
Y ya que edito informo: los holandeses no tiran los muebles porque el Gobierno los recoge “gratis”.Las comillas son porque al comprar estas cosas te ponen una tasa que se supone compensa el gasto del Gobierno en recogerlos. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que, como nosotros, los coge de la calle me parece que ganan una pasta con la tontería. Como con el congelador ya me metieron de estrangis una tasa contaminante me tienen un poco mosca con los precios finales…
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