Aunque a través de diversas fotos, videos y comentarios, parezca lo contrario, el periodo Erasmus es muy nutritivo culturalmente hablando. No sólo por la inmersión cultural en otro país, o por conocer a gente de mil sitios, o por descubrir mezclas de bebidas que en tu tierra nunca te habrían permitido catar; sino porque de vez en cuando coges y te vas de museos, a ver qué se cuece.

En el caso de Los Países Bajos (demostremos cultura reconociendo el nombre del país, pues “Holanda” es sólo una región) además existe una tarjeta para la gente joven con la que no pagas en muchos museos, en otros te hacen un buen descuento y, en los menos, se la pela que tengas tarjetas firmadas por el Papa de Roma que tú pagas como todo el mundo. La tarjeta cuesta unos 25 euros y se compra en las taquillas de los museos. Eso sí, es cutre como pocas cosas en esta vida: te dan la tarjeta con una pegatina para que pongas tú tu nombre (en el que luego nunca se fijan) y ¡la fecha de caducidad! Efectivamente, dada la naturaleza de la juventud española, esto da para muchos tongos. En cualquier caso y siendo legal, es estúpido no comprarla: para entrar en el Museo Van Gogh intentan clavarte 10 euros, así que pagas 25 y por sólo 15 euros más que la entrada normal puedes entrar a todos los museos del país. Es decir, que se amortiza muy rápido salvo si la usas de posavasos, en cuyo caso el uso de CD’s viejos es más rentable.

Gechunchantarjeta para los museos holandeses.
Gechunchantarjeta para los museos holandeses.

Así que aprovechando el buen uso que le dimos a la tarjeta de mi cacho-carne (me colé en el cuartel general de la OTAN voy a pararme a pagar en los museos… ventajas de caber en un bolsillo) cuando se despertaba medianamente pronto después de salir de fiesta y podíamos ir a culturizarnos (como casi todo en Holanda, los museos a las cinco cierran), voy a contaros los museillos en los que estuve. Ojo, deberían haber sido más, pues por motivos de vagancia ni el Rijskmuseum ni La Casa de Rembrandt ni el Sex Museum han tenido todavía el honor de recibir mi visita. Tampoco vi el Madurodam, que es una maqueta gigante de Holanda.

Mis museos en Ámsterdam

PHOAM, Museo de Fotografía: el primer museo que fui a ver en el país. Entramos de casualidad la primera vez que cogimos el tren a Ámsterdam y me encantó. Es barato (5 euros sin tarjeta, gratis con ella) y se ve como en una hora. Lo malo es que lo que mole depende mucho de las exposiciones que haya en el momento. La primera que pillé yo era genial, las demás estaban bien pero no han alcanzado el mismo nivel. En cualquier caso, lo considero la joya desconocida de los museos, quizá por el interés que despierta en mí la fotografía, quizá porque mola un huevo, quizá porque fue el primero que pillé en Holanda.

Museo Van Gogh: necesario y vital si estás en Holanda… pero a mí me decepcionó. Para empezar es un palo enorme (10 euros, gratis con tarjeta). Para continuar tiene tres plantas, pero de Van Gogh sólo una en la que los cuadros están colocados en orden cronológico para que veas las etapas. El problema es que de los cuadros famosos están Los comedores de patatas, Campo con cuervos y La habitación amarilla, y lo demás realmente famoso está creo que en Nueva York. En las otras dos plantas tiene artistas contemporáneos de Van Gogh y cosas así. Lo mejor es que tiene una especie de patio con un croma azul (incluidos sillas y sillones) y una pantalla gigante en la que el croma se convierte en cuadros, con lo que te ves a ti mismo en medio de las obras famosas, sacándole un mocarro a un cuervo… tiene gracia.

UN par de Van Gogh's que NO veras en Ámsterdam.
Un par de Van Gogh's que NO veras en Ámsterdam.

La Casa de Anna Frank: con todo el respeto a lo que significa la casa, a Anna Frank, a sus familiares y a sus descendientes, tengo que decir que este museo no tiene nada. Es decir, la casa está, y ves la puerta secreta y el zulo en el que vivían y te van contando cómo conseguían comida y demás, y eso está bien. El problema es que han dejado todo tal y como lo dejaron los Nazis: vacío. Entras en una habitación y no hay nada salvo un cartel que dice “aquí había una cama” o, en casos con suerte, hay alguna foto o maqueta. Sinceramente, creo que para contar mejor las cosas tendrían que haber buscado muebles para que vieses todo tal y como estaba cuando ellos vivían allí. Lo que digo es que es como si en Auschwitz no hubiesen reconstruido alguno de los barracones para que veas cómo eran por dentro: sería un montón de nada en el campo. Pues aquí pasa un poco lo mismo, todo tiene una impresión muy irreal (a lo que no ayuda que hayan puesto por las paredes fragmentos del diario de Anna, salvo que sean grafitis originales de los Nazis, que no creo). Además, creo que cosas tan marcadas en la historia de la humanidad deberían ser accesibles a todos, y 7’50 euros la entrada sin descuento para nadie no me parece la mejor política. En definitiva, si no andas sobrado de dinero y no te mata la curiosidad o la necesidad de entrar a un sitio así (a mí sí me mataba) te basta con ver la casa por fuera.

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